Un caso reciente: mujer de 35 años, dos hijos e hipoteca. Va ser despedida. ¿Por qué? Porque mandan su trabajo a Ecuador y Argentina. ¿Por qué ella? Porque ha faltado al trabajo en los últimos años por bajas maternales: no es «productiva»… laboralmente, claro.
El caso es que la empresa es una subcontrata de otra empresa que es, a su vez, subcontratada por diferentes bancos. Ahora, a por la tercera subcontratación (ésto parece «la parte contratante…» de los hemanos Marx), pero allá en latinoamérica. ¿Cuánto pagará el banco por cada trabajador contratado? Quizá menos de lo que pagaría por un trabajador propio, pero ahorrándose el «mantenimiento» y el despido. Ganan los intermediarios, que comercian con los recursos humanos (qué fea palabra, por dios).
El trabajo lo están empezando a llevar a cabo unas chiquillas que apenas controlan los programas por unos trescientos y pico euros al mes, y tan felices. Ésto de que no controlan los programas es real, y puede que cualquiera que cambie su cuenta bancaria se encuentre con que le corten la luz o el teléfono debido a un error que se produjo nadie sabe dónde. ¿A quién reclamar? Eso no importa. Al menos no le importa a la empresa que deslocaliza, baja salarios y sigue ganando.
Lo curioso, y sorprendente, es que esta mujer cobrará ahora lo mismo con el paro que con el trabajo durante dos años. ¿Que sólo son dos años? Vale, ojalá pudieran decir muchos lo mismo que firman nuevos contratos. Así hay algunos que reclaman acabar paulatinamente con la prestación de desempleo o reducir las cantidades. Quizá hubiera, mejor, que revisar los salarios y eliminar tanto «intermediario». Ahora comprará coche de segunda mano, no cambiará de piso aunque estén apretados ni tendrán otro hijo, quedándose en esos dos que, como sabemos, representan «crecimiento cero» de la población, los pobrecicos. Así es la vida y así parece que la queremos.
Aún algún imbécil dice que la receta es «trabajar más por menos», pero ya sabemos que en este país -y, por desgracia, en muchos otros- cualquier cretino sin apenas saber escribir puede ser alcalde, presidente de la CEOE o ministro. Como decía el Conde de Romanones: Joder, qué tropa.
Vale. Pero que ésto ocurriría es algo que todos sabíamos. Que levante la mano el que no escuchara hablar de la «burbuja inmobiliaria» y demás. Aquí el que más y el que menos ha cometido pecado de acción o de omisión. Todos sabíamos que el alcalde ganaba demasiado y que los precios alcanzaban cifras ridículas, absurdas. Ya advirtieron algunos, como el economista inglés John Gray, que incluso advertía que si la cosa era así era porque la población lo admitía… y lo valoraba. Todos queríamos el pelotazo. Pues aquí está, en toda la boca.
Mención especial merece el sociólogo norteamericano Richard Sennett, cuyo libro La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, hacía un análisis del deterioro de la vida personal, del proyecto de vida de cada uno, debido a este sistema económico donde lo personal y el mérito ya no pintan nada. Lo curioso es que comience hablando del carácter en el sentido de Aristóteles, en tanto que experiencia de toda una vida en la que cada cual busca la felicidad sacando lo mejor de sí mismo y, por tanto y según Aristóteles, para los demás. Un sistema el nuestro que parece empecinado en impedir la felicidad de todo aquel que está en él. Y es inevitable, es su naturaleza, el trabajar con «recursos humanos»: esto es, sin dignidad alguna, en el sentido kantiano.
Ya decía Aristóteles que un Estado debía procurar la felicidad de sus habitantes mediante la aplicación de la justicia: dando una igualdad de oportunidades y punto de partida y, después, a cada cual según sus méritos, sobre todo hacia el bien de la comunidad. En el caso de la democracia, si ésto no se cumplía, el espectro de la tiranía rondaría cerca. Y ésto hace 2500 años. Si hoy hay una tiranía, es de una nueva naturaleza, inmaterial y tan fuerte: el mercado absoluto.
Bueno, pues si alguien plasmó por escrito la naturaleza de esta estafa y la debacle que vendría, ése fue Pérez-Reverte… ¡hace doce años! Merece la pena leerlo, pues parece escrito ayer. Chapeau, señor Arturo:
Los Amos del Mundo , de Arturo Pérez-Reverte
(‘El Semanal’ el 15 -11- 1998).
«Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street , y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza».
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