Ayer en la calle vi algo que llamaba la atención: un chico , que no llegaba a los 30, bien vestido, sostenía una pizarra de esas de plástico que se limpian con la mano. Ahí tenía escrito algo así: «Ingeniero técnico de obras públicas. 6 años de experiencia en construcción. En paro. Busco trabajo, de lo que sea».
Todo el que pasaba leía y se quedaba en silencio. Luego murmuraba. Impresionaba más verle que a un mendigo. ¿Por qué? Porque no estamos acostumbrados. ¿Aparentaba haber perdido la dignidad? No lo creo, aunque eso pareciera. Que estaba desesperado es evidente, y seguro que ha probado ya todas las vías. El caso es que el chaval éste, digamos, es un «signo de los tiempos».
Todo ésto para comentar el ensayo de Richard Sennet, La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Es una joya. Desde una visión completamente fría, sin meter apenas opinión, va analizando cómo el actual mundo laboral, gobernado por el neoliberalismo, va impidiendo la formación del carácter.
El carácter en el sentido aristotélico, como proyecto de vida y forma de ser que se va haciendo a lo largo de la vida a partir de nuestra propia biografía y de las opciones que hayamos elegido. Somos lo que decidimos ser, a lo que nos pasa podemos dar respuesta -dentro de unos límites, claro-, y construir nuestra vida. Según Aristóteles esta era la forma de buscar la felicidad, siendo tarea de uno mismo. Por ello añadía en Política las nociones de justicia retributiva y distributiva, que vienen a ser: a cada cual según su mérito, pero partiendo de unas mismas condiciones. Es la única forma de que los mejores consigan los mejores puestos sociales y redunde, así, en el bien de todos. La sociedad había de estar organizada de tal forma que todo ciudadano pudiera ser feliz a partir de sí mismo, dando lo mejor de sí. (Y ésto no era un discurso buenista, al estilo de los que hoy nos agobian, ya que defendía la necesidad de la guerra para lograr estos objetivos. Curiosamente, a la entrada de la más prestigiosa academia militar de Estados Unidos, West Point, aparece una cita de Aristóteles: «Hacemos la guerra para preservar la paz»).
Pues el ensayo de Sennett, sociólogo norteamericano, trata sobre la imposibilidad de decidir acerca de qué hacer con nuestra vida hoy en día. Ni el mérito ni el esfuerzo. Son conceptos que están quedándose el el olvido. Hoy nuestra vida nos la determina el sistema laboral, que funciona de una manera prácticamente autónoma. Lo que importa es la rentabilidad económica, con lo que el trabajador -sea del espectro que sea: en el libro entrevista tanto a profesionales liberales como a panaderos-, los recursos humanos o material humano, son un factor más dentro de una estructura que no entiende de dignidades o vidas personales. Sencillamente, no lo necesita y, además, son un estorbo.
Describe cómo el mercado laboral es una especie de red social sin un centro de referencia, que se expande por todas partes, tanto en el plano geográfico como cultural. El trabajador, esto es , cualquier persona, entra directamente en esta red que no se deja comprender pues, además, va adaptándose con el tiempo y las nuevas circunstancias. Y, además, es que ésto tiene que ser así. Pues cualquier tipo de bussines que se haga ha de entrar en este juego o no tiene sentido. Así la vida laboral de cualquiera.
Se justifica a sí misma esta red o estructura con palabras (pues no dejan de ser palabras) como competitividad, flexibilidad, trabajo en equipo… pues lo que prima es adaptarse a los cambios, a la red que va mutando. Es decir, que el sujeto no puede luchar contra esa flexibilidad, la única alternativa es dejar el trabajo. Lo que importa es la red, la estructura, no las personas. Para funcionar necesita personas, pero no una concreta, sino cualquier persona.
Decía Kant que tratar con respeto a alguien significaba tener en cuenta su dignidad, esto es, tratarle como un fin en sí mismo y no como un medio. Si seguimos la descripción que hace Sennett del nuevo mercado laboral vemos que ni dignidad, ni respeto, ni nada. Un recurso humano es un recurso más, el material humano es «reponible», como los ordenadores. Además, un ordenador no se queda embarazado, lo cual es una ventaja económica.
A quienes más le choca es, sobre todo, a los trabajadores próximos a la jubilación, los que se suelen quedar en el paro, claro. Ellos conocieron otro tipo de relación laboral, la de la empresa de toda la vida, en la que sabían a qué atenerse. Con las limitaciones que ello pudiera tener, claro, pero al menos permitía la formación de ese carácter del que hablábamos más arriba. (Son los nuevos parias, aquellos que ahora en España «queremos» que trabajen hasta los 67, cuando es obvio que acabarán en el paro, aumentando el gasto social). Lo que se consigue es que cada vez estemos menos identificados con la empresa para la que se trabaja y que, curiosamente, son ahora los jóvenes, en estos tiempos de crisis, los que más echan de menos un «trabajo para toda la vida». (En España el 46% de los trabajadores «pasa» de su empresa, sólo les interesa el sueldo. Algo, sin embargo, que merma la productividad).
Muy interesante es la serie de entrevistas que hace a un ingeniero aeronáutico. Este hombre se tuvo que mudar tres veces, lo que en Estados Unidos implica moverse miles de kilómetros, con la consiguiente ruptura de lazos personales. Los motivos de los cambios fueron completamente ajenos a él. Por un lado había fusiones, con lo que se trasladaba o perdía el trabajo. O en las que, directamente, perdía el empleo. Por otro lado, habían vendido su empresa. El pecado: ir demasiado bien, gracias en parte al excelente trabajo de este ingeniero. ¿Merece la pena trabajar tanto y tan bien para recibir semejante premio? Él contestaba que en esa idea se había educado y, en definitiva, esa era la idea de trabajo americana. Menos mal que su mujer le podía seguir, abandonando sus diferente empleos, todos ellos cualificados. Pero, preguntado acerca de si merecía la pena para su propia vida y la de su familia, el hombre termina confesando que realmente empezaba a no saber qué decir a sus hijos. El trabajo duro, la ambición, la fidelidad… ¿para qué? Todo el día trabajando para ir, con sus cambios forzados, rompiendo las relaciones personales de sus hijos y su entorno. Se sentía lejos de ellos y no sabía qué valores inculcarles… por eso trataba que ellos participaran más en la comunidad religiosa de allá adonde fueran, para que al menos tuvieran unos valores.
¿En eso queda todo? ¿Sólo queda ir a la iglesia? La carencia de valores efectivos en el día a día -pues no se necesitan apenas, diga lo que se diga desde la empresa- impulsaba a este honrado y capaz trabajador medio americano a llevar a los chavales a la parroquia. Dos mundos: el del trabajo y el privado. Pero, como el mundo laboral es cada vez más absorbente, sólo queda «subcontratar» la vida privada. La estabilidad en la religión.
¿Y en el mundo de la empresa? Pues, muerto el cura en este ámbito, nos queda el psicólogo, el «técnico» que ha reparar los recursos humanos, como aquel que arregla los ordenadores. O, mejor, los libros de autoayuda, esos bestsellers de hoy. La empresa se encarga de la formación del trabajador mediante curso de iniciativa personal, de positividad, encuentros entre los trabajadores en lugares supuestamente ajenos al trabajo… todo lo que sea mantener la normalidad, «lo que hay».
Un mecanismo del nuevo capitalismo que analiza Sennett en el libro es el trabajo en equipo. Esto, que un grupo trabaje conjuntamente en un proyecto y estén obligados a cooperar, es algo que se valora mucho, y lo escuchamos en todas partes. Un grupo bajo la supervisión de un coach, el entrenador del equipo que va a vencer. Un término más sacado del deporte, del tipo adolescente que tanto gusta en Estados Unidos. ¿Qué problema hay en ésto? Según Sennett, el equipo gana o pierde, pero el responsable será siempre el equipo. Siempre se puede dejar a alguien en el banquillo, antes de que caiga el entrenador. Pero, ésto es comprensible, y es normal en el deporte (curiosa la analogía con un juego, pues así se ve). Lo malo, nos dirá, es que precisamente en el seno del grupo se anula a los mejores. Lo que importa, una vez más, es el conjunto, los resultados que dé, no el individuo. A nivel de empresa es lógico, pero en el proceso se pierde a gente de mucha valía y brillante. Incluso -siempre está el factor humano- el coach en cuestión puede orientar la responsabilidad de una derrota a alguien en el que vea un peligro para su puesto, mejor remunerado. Para permanecer en el puesto no hay que destacar demasiado ni ser demasiado original. Lo que hay que hacer es «acoplarse», ser como todos y «seguir el juego«. Sólo así se es un buen trabajador: no destacar y ser uniforme, de lo contrario puedes tener serios problemas. Y, por supuesto, los problemas que puedas tener personales se quedan en casa, no hay que distorsionar al equipo.
Algo parecido a ésto es el espíritu del nuevo plan de estudios de la universidad en Europa, el famoso Plan Bolonia: pasemos lista, asistencia obligatoria, trabajo en grupo fundamental en la nota,… vamos, que alguien de gran valía puede quedarse atrás, encontrando bastante obstáculos en el caso de quisiera volar solo. Lo que se requieren son profesionales, y todos son iguales. Encaja en el plan y saldrás airoso. Tus circunstancias dan igual, lo que importa es cumplir el plan. (Habría que comentar también que, al final, entre grado y postgrado, las horas lectivas son las mismas que en el antiguo plan, pero el coste económico es un 50% superior. Pero éste sería otro debate).
Es obvio que todo lo dicho no viene en el libro, pero la idea es esa. Lo que más me gusta del libro es la frialdad con la que lo cuenta. Él avisa a Europa de lo que pasa en Estados Unidos, de la erosión de la vida personal, porque es algo que estamos importando y que parece que no podemos parar. Ahora bien, el conocimiento de la cuestión ya es un paso. Como decía Sun Tzu en El arte de la guerra, es necesario conocer al enemigo tanto como a ti mismo si quieres no caer derrotado. (Curioso también que este libro se convirtiera en un bestseller dentro del mundo de la empresa -o de los que querían entrar en ella-, pues, se supone, fomentaba la competitividad entre los trabajadores, todos corriendo tras el éxito, ¿laboral o personal? Pero, ¿quién es el enemigo? Me recuerda también a lo que decía la empresa en la obra de teatro El método Grönholm, de Jordi Galcerán: no buscamos buenas personas que parezcan hijos de puta, sino hijos de puta que parezcan buenas personas).
Esto de que el individuo es prescindible en aras de un fin mayor ya lo hemos visto en otras ocasiones, como en el nazismo, el comunismo, el integrismo… pero ahora la forma que toma esta idea tan hegeliana es en función de un mundo económico absolutamente difuminado, que parece no tener nada que ver con nosotros pero que nos absorbe cada vez más. Es como si el destino estuviera descontrolado o, al menos, no pudiéramos controlar siquiera el nuestro. Y ésto es absolutamente frustante para una persona, no un recurso, pues su esencia es precisamente la libertad, la capacidad de elegir. Pero no hacen falta personas en este entramado de redes. (Recuerdo aquí una conversación con un chaval que está estudiando informática, en la que decía que el futuro -la pasta- estaba en la gente de mentira. Imaginemos un mundo -decía- en el que la mayoría de los trabajos lo hicieran máquinas. Pero, pienso, imagina mejor un mundo en la que la mayoría de los trámites e intercambios se hagan en red desde programas informáticos, desde el puro software. Esta sería la gran aplicación de la Inteligencia Artificial: trabajadores sin problemas, sin horarios y reemplazables).
Volvamos, finalmente, al chaval que estaba con la pizarra en la calle. Imagino los chavales de instituto que estudian o no, pasando por delante… ¿qué pensarán? Quizá si merece la pena estudiar. Lo triste es que, si no estudias, sí que está abocado al desastre tal y como está todo funcionando ahora, salvo excepciones, claro. Pero los datos son los datos, y el paro arrasa en el sector menos formado. Entonces, ¿estudiar para que pueda que no valga gran cosa el esfuerzo y el mérito sea casi inexistente? Vaya panorama. Luego se dirá que si el botellón, que si la falta de valores, que si las leyes educativas… ya, pero su socialización se ha llevado a cabo en el mundo que hemos descrito, en un mundo con escasos valores. Aunque, mejor dicho, se trata de un mundo con pocos valores y demasiados precios. Quizá el chaval de la pizarra está recuperando la dignidad, quizá se respeta lo suficiente para tomar la decisión de salir a la calle y mostrarse buscando trabajo, aunque nadie lo haga así. Quizá se ha cansado de hacer el payaso y de ocultar lo que es una obviedad. Le deseo lo mejor.
(P.D.: curiosa la vuelta que se está produciendo desde la filosofía moral a la ética de Aristóteles. Recuerdo el librito de un inglés, Terry Eagleton, El sentido de la vida, donde toma referencias de Marx, Wittgenstein, Aristóteles y cristianismo, porque es creyente. Al fin y al cabo se pregunta ¿tanto cuesta ayudarnos los unos a los otros? Si nacemos y formamos nuestra vida y la búsqueda de la felicidad en el seno de una sociedad, ¿por qué esa sociedad en ocasiones se esfuerza tanto en hacernos la vida imposible, en no dejarnos desarrollarnos como quisiéramos y pudiéramos? Y, lo peor, es que la sociedad no es un ente abstracto, frío o monstruoso, sino que al final son los otros. Es una labor de personas. Si se piensa así, desde el puro sentido común, no cuesta nada).
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